jueves, julio 13, 2006

Editorial VIII

Todo parecía indicar que el resultadismo ya no era una parte de nuestra filosofía futbolística, que habíamos entrado en una etapa donde se espera que un equipo alcance un logro más allá del simple triunfo deportivo, que habíamos empezado a priorizar la forma por sobre la conquista final...
...se trataba de una ilusión.
José Pekerman ha pregonado una manera de sentir, vivir y trabajar el fútbol considerablente vinculada a la seriedad, honestidad, humildad y a la lealtad. Sus equipos se destacaron por un estilo personal, ambicioso, agradable y, a la vez, efectivo. Eso es lo que reconoció la gente en esta Selección. Es lo que recogieron y compraron los 3000 hinchas que llegaron a Ezeiza, en julio y a medianoche, para recibir a los jugadores y al cuerpo técnico que no habían superado los cuartos de final. El resultado no importó. La gente prefiere a Pekerman para ser su propio reemplazante.
Pero, fue él mismo el que empezó a hablar de resultados. Apenas Argentina había sido eliminada, su voz se oyó en la sala de conferencia de prensa: "No se logró el objetivo. Por eso creo que este ciclo está terminado", expresó pragmáticamente el ¿ex? DT.
Y también, fue el mismo Pekerman el que nos confundió a todos con las variantes aplicadas contra Alemania. Leyó otro partido y decidió la incorporación de Cruz por Crespo, cuando todo parecía indicar la entrada de Messi para penetrar la defensa contraria. Y más aún cuando Cambiasso reemplazó a Riquelme (quien sí debía salir) y el equipo perdió un conductor punzante. Aimar era candidato a llevar al equipo hacia adelante y no hacia atrás. Se priorizó la defensa, el resguardo del resultado y el empate en contra no tardó en llegar.
Bilardo parecía haber cambiado. Pedía seguir atacando como mejor defensa y salir tocando desde el fondo en busca de llegadas claras al área contraria a través de pases cortos y combinaciones que involucren a varios de los jugadores del equipo. Hasta que Argentina cayó, y el doctor volvió a sus orígenes básicos diciendo algo así como: "Para qué perder si podés ganar".
Italia es otra muestra de este falsa despreocupación por el logro final. Italia es el campeón, y por unas horas (y hasta ahora) fue el nuevo paradigma de fútbol ofensivo y osado, en contraposición a lo cometido por nuestra selección. "Italia hizo hoy (luego de vencer a Alemania por 2 a 0 en semifinales) lo que Argentina no se animó hacer cinco días atrás", repetía hasta el hartazgo Fernando Niembro con admiración a la figura de Marcello Lippi quien ideó colocar un delantero más en los últimos minutos. Pero Italia (que jugó a no perder) no se animó a hacer en todo el campeonato lo que Argentina ejecutó en los cinco partidos que jugó. ¿Qué logramos con eso? Los tres mejores goles del Mundial.
Pero Italia es el campeón, y es el que festeja. Pragmatismo.
El fútbol esta hecho para ganarlo. Y Argentina debe ganar cada partido que juegue. Está obligado hacerlo porque tiene con qué. Quizás, el error más grande de Pekerman (sí, más allá de los cambios frente a Alemania) sea esa extrema humildad que emana de sus declaraciones y que contagia a sus dirigidos. Argentina debe salir a aplastar a sus rivales, debe tener un nivel mínimo de soberbia en sangre que la fuerce a acabar con cualquiera que se enfrente a ella. Calidad, le sobra, sólo le hace falta un toque de arrogancia para dar un paso más allá del campeonato moral.